México es un país de origen, tránsito, destino y retorno de migrantes. Si bien es un país reconocido como el principal corredor migratorio del planeta1, poco se conoce de su papel como receptor de trabajadoras y trabajadores migrantes. Aunque cuenta con una eco nomía significativa (posición mundial 15 en 2013 de acuerdo con el índice de PIB del Banco Mundial) (Banco Mundial, 2014) y una inserción en el mundo globalizado (19 millones de entradas de extranjeros al país en condición de turistas y visitantes diversos en 2013) (Unidad de Política Migratoria, 2014), no ha sido un lugar atractivo para la migración internacional. Entre otras razones, porque es el país vecino al princi pal destino de migrantes del planeta, Estados Unidos (Smith, 2000), así como por la calidad de oportunida des que puede ofrecer un país de profundas asime trías, donde el salario mínimo en 2014 equivale a 5.05 dólares al día, frente a 7.25 dólares la hora en Estados Unidos (más de 10 veces más) (United States Depart ment of Labor, 2014).
La escasa presencia de inmigrantes en el país tam bién responde a la historia de México y su conforma ción como nación, donde ha persistido una percepción del extranjero como deseable e inconveniente a la vez (Yankelevich, 2009 y 2011). La historia de la política inmigratoria de México puede dividirse en diferentes periodos, de acuerdo al tipo y volumen de flujos migratorios y a las políticas migratorias aplicadas: desde la Independencia hasta la Revolución (1810 1910) la política migratoria mexicana fue de fomento de la inmigración, mediante concesiones a los colo nos —europeos y/o norteamericanos— que se esta blecieron en el país (cesión de tierras, exención de impuestos). Frente a la xenofilia y la política de puer tas abiertas del Porfiriato, el nuevo régimen surgido de la Revolución Mexicana (1910) adoptó políticas de inmigración selectivas y restrictivas, y sólo en casos extraordinarios México abrió sus puertas. En los años cuarenta recibió a los refugiados de la guerra civil española y, más tarde, en los años setenta y ochenta, exiliados de las dictaduras sudamericanas y de los conflictos armados en Centroamérica, fueron acogi dos por México. Como respuesta a estas oleadas de inmigrantes, prevaleció una imagen de México como país solidario y abierto hacia los extranjeros (Yankele vich, 2011).